viernes, 30 de mayo de 2014

Antología Olcades: Ambrosio Gallego


              SIN SER LUGAR PARA ÁRBOLES

Si ser lugar para árboles ahí están los cinco abedules,
locos por prestar sus escobas de bruja a estos colegiales
que volarían del triste patio con la prisa del gran Whitman,
desnudo bajo el cielo de los bosques de Maine,
a oírse respirar para contarlo.

En el patio también hay un olivo milenario
con un hueco en el pecho que espera que una mano
haga de corazón.
Un olivo y cinco abedules.

Me pregunto cómo unas simples hojas diminutas
casi reducidas a nervaduras de cobre pueden
engatusarlos de este modo...
¡Y no mirar al cielo!

                            (de Otros fríos)


Creo que este intenso poema de Ambrosio Gallego cobra pleno sentido al leerlo a la luz o al contraluz de "L'infinito" de Leopardi. La situación es lo suficientemente similar como para despertar ese recuerdo y lo suficientemente distante como para dudar de una filiación directa. En ese juego de aproximaciones y distancias radica, a mi entender, lo interesante de toda lectura.
En ambos poemas, la atención a los detalles de la vegetación próxima impide a los protagonistas poemáticos acceder a una realidad más vasta y abarcadora: el horizonte campestre en Leopardi, y el cielo (supuestamente urbano) en Gallego; pero el tratamiento difiere diametralmente. El poema italiano habla en primera persona de una experiencia propia, mientras que en el español el yo reflexiona sobre la no-experiencia de unos niños que juegan en el patio de la escuela. En el primero, el yo es el que descubre y, a la vez, sufre la imposibilidad de fundirse con lo infinito; en el segundo el hablante pregunta sobre la falta de conciencia de tal imposibilidad por parte de los otros.

Que los protagonistas sean niños justifica y complica el planteamiento. Por una parte hace más lógico el "engatusamiento" de los pequeños, pero por otro lado inyecta en el recuerdo leopardiano la posibilidad de que ese no ver más allá sea quizá solo fruto de una inocencia adánica, y no un exceso romántico del anhelar. Si entendemos ambos textos como alegorías de la propia poesía, la postura romántica de la indagación del más allá del poema se resuelve, en "Sin ser lugar para árboles", en una invitación al detenimiento en la palabra lírica como una chuchería vegetal; y realmente en Leopardi es el ramaje y la frondosidad lingüística la que acaba atrayendo y abismándonos más que el fondo entrevisto o soñado. Habrá que concluir, entonces, que los poemas no se diferencian tanto.

No obstante, la falta de conciencia de los niños va más allá de su fallida experiencia del infinito. El poema sabe de ellos más que ellos mismos, o, mejor dicho, sabe su otra parte, su proyección imposible. Lo adánico de los muchachos se cumple, a sus espaldas, en los versos de un Whitman que probablemente no conocerán nunca, como no conocen ahora el cielo.

Si hacemos una lectura social, en la línea vertebral del poemario, bajo la apariencia de puro lirismo que puede tener el poema, descubrimos que a esos niños de patio de escuela les será negado no solo un cielo lejano, que puede actuar aquí de señuelo engañoso propio de cierta educación, sino también un cielo más próximo representado por la riqueza de la poesía, de la respiración del verso y del ser ("respirar para contarlo") porque sistemáticamente serán engañados con el cobre raquítico de unos árboles que ni siquiera debían estar allí. Nos vienen a la memoria, leídos ahora a lo social, unos versos machadianos: "tengo en monedas de cobre / el oro de ayer cambiado". Los niños del poema ni siquiera sabrán del oro (material o simbólico) de ayer ni de mañana. Su futuro ya se clausuró desde el inicio.

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